Una de las cosas chidas de escribir en un blog de música
(además de la fama entre las chicas) es que tienes acceso a conciertos
chingones NOT, por lo tanto, después de un mal año en asistencia a conciertos,
decidí ir al Festival Indio Emergente
2012 y tuve que conseguirlos como el resto de los mortales ¿Comprándolos? No way José (su costo era de 400 por
cada día del evento, 1,000 por el festival completo), por lo que tuve que
aferrarme a la radio para ganarlos adivinando canciones con un poco de ayuda de
Shasam.
No me avergüenza admitir que desconocía a la gran mayoría de
las bandas que se presentarían y básicamente solo sabía de The Shins y Feist. El
festival sería en una zona nueva de Guadalajara,
en un club hípico anteriormente rodeado de muladares y tierras de cultivo que
ha sido tragado por la mancha urbana a través de una vía de acceso alternativa en
la prolongación de la avenida Colon, a los albores de Tlajomulco.
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Las hermosas edecanes te retaban a adivinar a los grupos del
festival en una Ipad. Sin poder echar mano esta vez del Shasam, fallé todas las
respuestas hasta que la chingadera se trabó. La edecán me ofreció intentarlo de
nuevo y reinició el aparato (mmm pinche Apple ¿no que muy chingonas sus
fregaderas?), jugué otra vez con iguales resultados, no atiné ninguna y la Tablet
se volvió a trabar, así que la morra de todos modos me dio el premio que era escoger
un sobre en una de esas máquinas expendedoras de alimentos, mi regalo
resultaron ser unos lentes oscuros, pero también había pelotas y anillos de
leds y de esas barras que brillan en la oscuridad.
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Además a los batitos les gusta improvisar, unieron algunas
de sus canciones a través de prolongados jams
donde se permitían el atasque, bueno, no tanto, ni que fueran Sonic Youth, pero los geeks esos podrían
no tener la apariencia, pero sí la actitud. Terminaron el gig con una adaptación de “Hey
Jude” echándose a los pocos asistentes a la bolsa.
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Llegó la hora del refil
y prepararse para los Shins, la
vendedora de cerveza me comentó que estaba preocupada porque esperaban mucha
más gente, de seguir la cosa así, ella no regresaría al siguiente día a
trabajar ya que les pagaban por comisión. La entrada no parecía mejorar, unas
600 personas nos acercamos al escenario esperando la salida de los de Oregon.
Un bato con dos morritas fumaba un churrito, con el frillito vaya que se
antojaba. Cuando le pedí un touch el
bato me dijo que no tenía (¿?) y se lo pasó a una de las morras, pero ella me
lo roló justo después de darle un par de caladas. Le di las 3 de ley y me
acomodé para el inicio del concierto.
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Apenas me había dado cuenta de que estaba completamente rodeado
de pubertos y jovenzuelos que presenciaban una banda a la que no les había
tocado escuchar su maduración, la juventud me quedaba muy lejos, me cayó la
momiza. Yo era el más ruco de los que estábamos ahí, bueno, no, el más viejo
era James Mercer quien se ponía la guitarra acústica para aventarse “New Slang”.
A pesar del frío, los Shins
se despojaban de chamarras para disfrutar el agradable clima de la ciudad (para
ellos, los tapatíos nos la pasamos quejándonos por el frío, o el calor, o si
está “al tiempo”) y la luna brillaba en zenit del cielo, todo mundo sabía los
coros y cantaban “Sing-along”, un
grupo de chavos aventaban sus amigas por los aires y otras se subían en hombros. Cuando tocaron la última canción, “September”, alguien aventó una pelota
de led que uno de los músicos bateó
con su guitarra y rebotó dejando una estela de arcoíris hacia una pareja a un
lado de mí. El chico la regogió del suelo y apoyándose sobre su rodilla le
pidió a la morra que fuera su novia, no sé si ya tenía pensado aventársele esa
noche, pero encontró el momento perfecto para que su acompañante le dijera que
sí, cerrando el trato con un profundo beso.
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