viernes, 8 de julio de 2011

DILES QUE NO ME MATEN MI LIC.

Por: Héctor Viramontes
— Diles que no me maten mi lic. Diles que me hagan el paro.
— Perdóneme señor Nava pero no hay nada que pueda yo hacer, es irrevocable.
— Pero tu estudiastes leyes. Andale machín, agarra al juez antes de que entre a la peni y dile que tenga piedad de este pobre güey, dile que me tenga lástima, que no sea culero.
— Señor Nava, yo comprendo perfectamente su situación pero usted debe entender también que el juez nada puede hacer, la sentencia ha sido emitida y su proceso es cosa juzgada.
— Andales machín, no seas puto, hazme el paro güey.
El Lic. Terreros disintió con la cabeza mirando el suelo de cemento. Se paró y abrochó su traje y antes de salir de la celda le dijo:
— Esta bien, pero de antemano le digo que no hay nada que se pueda hacer en su situación, a menos que llegue el perdón del Presidente absolviéndolo del veredicto, sin embargo ese trámite lo realicé hace meses y no he recibido ninguna respuesta de la Presidencia, y su ejecución es en unas cuantas horas. De cualquier modo, yo me comunicaré a la Secretaría de Gobernación, pero sé de ante mano que será en vano.
Justino, ni siquiera se acordaba de haber cometido el crimen, estaba tan pedo que no sabía ni siquiera quién era. Pero en el fondo, muy dentro de su subconsciente, como que maliciaba que él era quien había llenado de hoyos a su compadre Lupe. Medio se acordaba.
Esa noche, los dos estuvieron tomando, y Lupillo sacó una papeleta con perico para apaciguar la borrachera. Cuando Justino le pidió que le convidara, Lupe se puso a alegar que ni madres, que él lo había comprado y quedaba bien poquito y sepa la madre qué más.
Se acordaba que le había empezado a reclamar a su compa y que las cosas se pusieron calientes, pero hasta ahí. Después de eso, solo soñaba con un mar de cuervos que le atacaban los ojos a un cadáver que estaba tirado sobre la calle de terracería, su piel se veía bien blanca, bien pálida bajo los rayos albinos de la luz de la luna, y todo alrededor estaba opaco, las construcciones sin enjarre y un riachuelo de aguas negras, bien negras y oscuras, lo envolvían como si estuviera en una película de blanco y negro y los cuervos comían la carne muerta de un cuerpo que se parecía al de su compadre.
Despertó cuando las bascas de una marea de alcohol subieron de su panza y lo levantaron del sueño etílico. Se limpió la vomitada y se lanzó a la casa de su primo Chago, pero al poco rato lo ubicaron y le cayeron con una orden de aprensión.
De eso hace ya varios años.
“Sirol, ya hace un buen de añejos. Pero la neta yo ya no me acuerdo de ni maíz.  Ira, mi jefa hasta empeñó la tele y sabe qué madres más pa pagarle al Lic. Pero pos hay bien muchas gentes que dicen que yo me lo cargué, que me vieron tambaliándome rumbo a mi cantón con la camisa desgarrada y quesque ensangrentada, pero nel ese, yo no me acuerdo de ni madres, nel. Yo me fui a la casa del Chago porque ahí había dejado mis herramientas del jale, pero me cayó la tira, mi jefa les ha de haber dicho que yo ahí andaba me cae.
 “Chale, ya ni tantas lágrimas que le saqué a mi jefecita pa que mañana me vayan a quebrar. Me da agüite por mi vieja y por mis morritos, porque si yo me muero ¿entonces quien se va a encargar de ellos? Aunque pos ya hace un ratón que mis carnales les pasan una feria pa tragar, pero yo ya tengo un resto aquí y pos no creo que haiga ninguna diferencia ¿eda? ”
Cuando la policía lo agarró, el bato no puso resistencia, se dejó subir, mansito, a la patrulla y a la hora de las interrogaciones y los careos, el bato siempre dijo lo mismo, que no se acordaba de nada.
Justino Nava quiso llorar pero no le salía ninguna lágrima. Hacía mucho tiempo que estaba en la prisión y ya se había acostumbrado a aquel ambiente; a todo se acostumbra uno. Y de tanto tiempo esa celda se había hecho su hogar.
— Ahí esta tu cena — Le dijo el gendarme que traía un plato de bistecs asados, frijoles de la olla con queso y guacamole, además de un six de modelos. De la bolsita de su camisa sacó un toque y se lo roló — Toma, pa que hagas apetito —Le dijo.
— Que el procesado Justino Nava se levante —y Justino se paró emputiza—Usted ha sido condenado por el delito de Homicidio calificado con las agravantes de premeditación, alevosía, ventaja y traición. Por lo que el tribunal sexto de lo penal del estado de Jalisco ha emitido fallo firme en su contra con la sentencia, única e irrevocable, que consta en la acta N° 14-04-091104, habiendo sido condenado a la pena capital. El día de hoy, jueves 11 de noviembre del año en curso, la autoridad ejecutora se encuentra reunida para verificar el cumplimiento de esta resolución.
Justino se retorcía del miedo, o del coraje, o de la impotencia vaya Dios a saber. Pataleaba y manoteaba en el suelo como un chiquillo haciendo berrinche. Hacía como que lloraba, pero el Licenciado Terreros le miró los ojos y vio que no le salían nada de lagrimas, sólo una pena infinita que le dio un montón de lástima.
— Mi Lic, diles que estoy arrepentido, que nunca más lo voy a hacer, ¡Diles que no me maten!