jueves, 25 de diciembre de 2008

Un Cuento de Navidad





El periódico publicó una nota acerca de una muchacha de trece años que acababa de perder a sus padres, unos drogadictos que murieron de una sobredosis, pero que habían dejado una fortuna considerable a su hijita adolescente. A un lado del texto venía la foto de la niña, una jovencita pródigamente desarrollada para su edad, poseedora de una sensualidad natural, se podría decir que involuntaria, innata. Esa imagen acaparó mi atención inmediatamente, me sentía obsesionado por su candor, por esa perversa inocencia.

El periódico decía que su mayor ilusión era recibir la visita de Santa Clos en su casa. La niña se encontraba sola, bajo la supervisión de los vecinos, y el motivo de la nota era para tratar de localizar a algún familiar que fuera a Cd. Acuña y se hiciera cargo de ella, o de lo contrario la internarían en alguna institución pública.

Así que no lo pensé dos veces y tomé el primer autobús a Cd. Acuña, tenía que estar ahí antes que cualquier familiar; no sin antes alquilar un traje rojo del anciano gringo panzón bebedor de Coca -Cola.

Me confieso. No soy una buena persona, no pensaba hacer una caridad o llenar de alegría el corazón de una pobre niñita huérfana cumpliendo su más anhelado deseo. Desde que vi su foto, no la podía sacar de mi mente y un deseo compulsivo me orilló a realizar el viaje. A lo mejor pensarán que soy un depravado sexual, pero estaba poseído por un impulso más fuerte que cualquier prejuicio moral, más fuerte que cualquier razón. Además, el dinero que acababa de heredar era una suma por la que realmente valía la pena todo eso.

Llegué a Cd Acuña, un pueblo polvoriento al borde del país, en la frontera con Estados Unidos. Después de preguntarles a varias personas sobre la muchacha, mostrándoles el recorte del artículo y diciendo que yo era el tío de la pequeña, conseguí fácilmente la dirección. La noticia fue muy popular y no tuve mucho problema, me enteré que vivía en las afueras de la ciudad en una casa al lado de la carretera.

Compré un perrito en una tienda de mascotas. Se supone que si yo era Santa Clos, tenía que llegar al menos con algún regalo y qué mejor que un pequeño cachorro, no existe niña que se resista a un animalito de esos. Tomé un taxi y le dije al chofer que me llevara a la dirección que le di en un papel. Dentro del taxi me puse el disfraz rojo y el gorro, no consideré necesaria la barba y la peluca, porque si quería acercarme a la niña no iba a conseguirlo con la apariencia de un viejo decrépito, sino con mi propio rostro. La verdad, creo que soy un tipo bastante atractivo.

Llegué por fin al domicilio. Era una casa blanca de dos pisos de apariencia fría, no parecía de personas ricas, era más bien una típica casa clasemediera. En el segundo piso había una terraza en donde supongo que los padres se sentaban en las tardes a ver pasar los interminables convoys de camiones que llevan y traen cosas del otro lado, mientras se sumergían en sueños alterados químicamente.

Metí al perrito dentro de un pequeño saco y toqué el timbre. Nadie contestó, era temprano todavía, las 5:00 de la tarde aproximadamente, aún no oscurecía y tal vez la niña se encontraba en casa de sus vecinos. Toqué insistentemente hasta que por fin escuché unos débiles pasos que bajaban del segundo piso.

— ¿Quién es? —oí decir de adentro. Era una voz dulce pero adormilada.

— ¡Jo jo jo jo jo! Soy yo, Santa Clos —dije conteniendo la risa y entonces la puerta se abrió.

— Pasa por favor. En un momento estoy contigo —contestó la niña sin asombro alguno.

Entré en la casa y comencé a examinarla. A un lado de la puerta de entrada se encontraba la sala de estar y al lado derecho de un pasillo que llevaba a un elegante comedor con una mesa de madera al centro se encontraba la cocina. Una alfombra roja cubría todo el piso hasta donde se podía ver. La casa tenía un cierto olor a leche agria.

Recorrí con la vista el piso alfombrado hasta que me topé con unos bellos y pequeños pies desnudos. Conforme levanté la mirada, mi pene comenzaba a palpitar; podía ver unos tobillos delgados y unas bien torneadas y largas piernas para una chamaca de trece años, eran algo delgadas, pero de proporción exacta para una adolescente. Llevaba una playera de “Hello Kittie” que permitía distinguir la punta de los pezones de aquellos pequeños senos en desarrollo. Yo estaba muy caliente para ese entonces, pensé tomarla en mis manos y hacerla mía por la fuerza, pero me quedé paralizado al ver su cara infantil y femenina al mismo tiempo. Sus labios eran gruesos y carnosos y tenía una discreta sonrisa que asomaba un par de dientes, en las mejillas tenía algo así como pecas o espinillas de pubertad que lejos estaban de ser desagradables, al contrario, me prendían. De su cabeza caía una larga cabellera negra ondulada que resaltaba el contorno de su cara. Pero lo que realmente me sometió fueron sus ojos negros acuosos que me miraban profundamente, lujuriosos y tiernos al mismo tiempo. Ahora estaba seguro de que había hecho lo correcto.

— Acompáñame arriba, me voy a cambiar —me dijo con esa dulce voz de sirena que embruja y guía a los arrecifes.

Subió rápidamente las escaleras, y cuando se fue de mi vista me sentí confundido, la niña no había tenido la reacción que yo imaginaba. Al contrario, era como si me hubiera esperado con anticipación.

Subí las escaleras y había unos sofás y un mueble con una televisión encendida. El aparato sintonizaba un canal porno, pero no había volumen. La niña se quitó rápidamente los calzones y apenas alcancé ver su vientre cubierto de incipientes vellos. Arrojó los calzones sin importarle dónde cayeran para después meterse a un cuarto. Yo estaba aturdido, no sabía que hacer, lo único que se me ocurrió en ese momento fue voltear a ver la prenda íntima que yacía sobre la alfombra roja. Era una prenda muy provocativa, una tanga de encaje blanco, semitransparente, seguramente puesta permitía ver más de lo que cubría. Mi vista volvió hacia la televisión. Una hermosa mujer le hacía sexo oral a un enano. El enano era feo y parecía que tenía la cara deforme, sin embargo la muchacha se la mamaba con gran fervor y entonces su mirada se posó en mis ojos mientras seguía haciendo la felación, me miraba fijamente desde la televisión. Parecía que poseída por el demonio, su lengua lamía todo lo que podía sin dejar un solo momento de verme. No estaba muy seguro de continuar con mi plan, estaba asustado, todo era muy raro, una especie de locura invadía la casa y ahora yo era parte de todo eso.

La niña salió, vestía un diminuto short de tela y una blusa brillante con el numero 36 y sin más calzado que unos calcetines.

— ¿Te gusta? —preguntó.

— Es realmente asqueroso —contesté refiriéndome a la película de la televisión.

— No tonto —dijo riendo— me refiero a como estoy vestida.

— ¡Ahh si! Te ves muy bien. Y como has sido una muy buena niña, te tengo éste regalo— saqué al cachorrito del saco y se lo di.

—Muchas gracias —dijo inexpresivamente. Tomó al animal y lo puso en el piso; el perrito no se levantó, parecía dormido, como muerto— ¿Quieres agua?

Dije que sí y bajamos a la cocina.

Ella tomaba del vaso donde sirvió el agua que era para mí y un incómodo silencio se extendía en el lugar. Pensé que tal vez yo no era del todo de su agrado, pero reflexioné, no hacía una semana que acababa de perder a sus padres y tal vez esa era la razón de su inercia.

— Cuando llegué, pensé que estarías en casa de tus amigas— le dije para romper el silencio.

— No, no puedo verlas ahorita, están castigadas. Pero ¿sabes qué? Tengo un plan para verlas. Mis amigas y yo tenemos pensado matar a todas esas viejas brujas de sus madres, para que así no las vuelvan a castigar nunca jamás. Hemos pensado quemarlas, pero yo creo que el fuego puede llamar mucho la atención ¿verdad? —me decía con una malicia casi diabólica en sus ojos.

Todo estaba mal, se suponía que el malo de la historia era yo, el que pretendía abusar de una niña y robarle su dinero, pero ahora resultaba que la niña era maligna. Llegué a la conclusión de que era muy probable que la muchacha tuviera problemas psicológicos y que no pensaba bien lo que decía; un golpe emocional de la magnitud del deceso de sus padres no era cualquier cosa, además de que sus muertes habían ocurrido en esa misma casa, y la soledad en la que se encontraba la chiquilla, esperando que llegaran sus padrinos para hacerse cargo de ella, seguramente influía de manera determinante en sus facultades mentales.

No sabía qué decir, las palabras no salían de mi boca, quería largarme de ese lugar y tirar a la basura mis estúpidos planes. Le pregunté:

— ¿Estas tomando calmantes, antidepresivos o algo así? Porque creo que llevabas todo el día dormida.

— No, lo que pasa es que soy muy floja.

Me senté en una silla, y de una puerta que daba al patio entró un enorme gato gris de angora. La niña sacó de la alacena un tazón de cristal y le sirvió de un costal una especie de croquetas, después vació medio galón de leche que cuando hizo contacto con las croquetas, se tornó de un color violeta luminoso. El gato se acercó y comenzó a devorarlas, toda su cara estaba manchada de violeta brillante y sus enormes ojos verdes no dejaban de mirarme mientras tragaba su alimento. Me recordó a la puta de la televisión y comencé a sentir pánico, pero en ese justo momento, la niña se sentó sobre mí, de frente, con sus piernas abiertas a cada uno de mis lados, buscando que su sexo hiciera contacto con el mío a través de la delgada tela de sus shorts. Me besaba pasionalmente en la cara, su lengua recorría mis orejas y me hacía sentir un escalofrío que provocó una potente erección. Podía sentir como se le humedecía la entrepierna y se mojaba su short, se comenzó a frotar contra mí, mis manos agarraban sus nalgas urgentemente y mi boca buscaba besarla, pero cuando lo intentaba me esquivaba, sin embargo me invitaba de manera lujuriosa con su lengua a probarla; intentaba besarla de nuevo y se quitaba para seguir humedeciendo sus labios y después seguir explorando mis orejas con su lengua; restregaba sus senos contra mi pecho, sin parar de mover sus caderas sobre las mías y me miraba con esos ojos lascivos, llenos de fuego, con una mirada completamente enloquecida.

Buscaba besarla, era necesario, era lo único que importaba en la vida, pero ella me negaba, sólo abría la boca y movía la lengua al ritmo de sus caderas. Su olor era especial, como el de un bebé. Ella tenía ese olor que desespera, que te hace sentir ganas de apretar hasta la asfixia, estrujar, azotar contra una pared, que sé yo. Comencé a perder la paciencia, por más que buscaba sus labios, siempre encontraba una forma de esconderse de mí. Aquello era desquiciante, estaba trastornado, ya no disfrutaba de sus caricias, de sus movimientos, del tacto de sus senos y sus nalgas, ya que prácticamente tenía todo el short metido dentro de ellas, no podía pensar en otra cosa más que su boca que me negaba.

Mi desesperación fue tal que en un ataque de rabia, agarré un cuchillo que había en la barra y le hice una larga herida en la espalda. Ella gritó del dolor y se separó rápidamente, y fue en ese momento que pude ver que en su mano traía un enorme cuchillo cebollero que pensaba clavarme de no haber hecho lo que hice.

— ¡Eres un estúpido! —gritó furiosa después de tocarse la espalda y ver su mano manchada de sangre. Agarré una silla y se la aventé para después salir corriendo a la carretera.

Ella estaba en la terraza del segundo piso disparándome con una pistola automática, enfurecida. Para mi buena suerte su puntería era pésima y lo único que hice fue gritar a todo pulmón, con todas mis fuerzas.

— ¡JO, JO, JO, JO, JO Feliz Navidad, hija de la chingada! —Mientras corría por la carretera rumbo a mi casa.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Rodolfo el

Re-emo



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separados al nacer 8

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jueves, 13 de noviembre de 2008

4a. Charla Ciclista / "Las bicicletas y sus dueños"

Rogelio Garza Pérez / Publicista, periodista y ciclista.

13 / Noviembre / 2008 / 20:30 hrs. / Exconvento del Carmen - Av. Juárez 638


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Las Bicicletas y sus Dueños es un experimento cuyo objetivo es difundir la cultura de la bicicleta en México.





Es un experimento desde la manera en que fue concebido hasta su publicación. A la fecha no hemos logrado encontrar un libro hecho en México sobre la historia de la bicicleta, como tampoco un volumen que documente su historia en el país.



Ante este panorama, se le ocurrió al autor hacer uno. Concebido junto con Maru Sandoval como un libro-bicicleta, permite convertir la lectura en un paseo suave, interesante y colorido: "Un equilibro."




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martes, 11 de noviembre de 2008

¿Tienes el valor o te vale?























Guardábamos lugar para la presentación de NIN mientras un grupo (que no recuerdo su nombre) de música electrónica tirándole al saico tocaba en el otro escenario, el ambiente festivo droguipeaceandlove de los Flaming Lips se había esfumado y la música y la impaciencia malvibraban el ambiente.
Estaba sentado junto con Flor rodeados por un montón de gente cuando todos comenzaron a recorrerse para atrás cuidando no pisarnos pero nos levantamos de inmediato a ver qué pasaba. Pensé que se estaba armando el mosh pit pero era ridículo porque la música (aunque un tanto agresiva) sonaba bastante lejos de donde estábamos y yo nunca había visto slam en ninguna rave.
A unos cuantos metros de nosotros un par de imbéciles se estaban agarrando a madrazos y otros trataban de separarlos a punta de chingadazos. Flor, asustada, me decía que nos alejáramos, que nos fuéramos de ahí, pero no me moví a ningún lado.
No era el habitual morbo lo que hacía quedarme a ver qué pasaba, no, algo en mi interior me impulsaba a intervenir así que sin pensarla mucho, fui a donde se estaban peleando y agarré a uno de los cabrones por la espalda, después de todo, no era la primer vez que me metía a una pelea que no era mía. Además, yo, de pendejo, no me había acordado de quitarme los lentes que me había puesto para ver mejor a Trent y su banda y el bato que agarré me soltó un leve chingadazo en la cara tumbándome los lentes. Quien sabe como le hice que los agarré en el aire y me puse a pensar que había sido un tonto por meterme en una pelea imbécil; Cuando llevas algún tiempo jugando fútbol, te das cuenta que seguido tienes que encararte para defender a algún compañero, pero en este caso no era ningún compañero, ni siquiera un conocido, era un cabrón al que si probablemente lo hubiera conocido en otra circunstancia me hubiera caído mal, que para mí no valía ni un centavo y no hubiera hecho nada por él, pero ya estaba metido en esto, recibir putazos gratis no es lo mío, pero ya estaba metido.
Flor me miraba preocupada pero la verdad es que el guey ni siquiera me había pegado, cuando otro bato que estaba viendo de cerca lo que pasaba gritó:
—Ya cabrones ¡Cálmense!— y le soltó una pata con la suela de sus zapatos en la mera cara,
—No le pegues guey, ya no le pegues!— Le grité al valiente entrometido y como que alcanzó a agarrar la onda que no estaba chido soltar putazos nomás porque la ocasión se prestaba, y se fue para atrás para fundirse y desparecer con la masa que contemplaba el espectáculo.
—Soy compa, soy un amigo— Le dije sin soltar nunca al bato que tenía agarrado y lo jalé lejos de la bola humana de odio en la que nos encontrábamos, no opuso resistencia, pero el otro guey con el que se estaba peleando se le aventó a las piernas tratando de pegarle y el bato que yo traía lo recibió con una bola de patadas, los demás gueyes que estaban metidos en la bronca se dieron cuenta de que todo ya había terminado y jalaron al guey para otro lado.
Como pude nos pusimos de pié y jalé al bato hacia donde estaba Flor pero no llegamos con ella, nos abrimos paso entre la multitud y cuando estuvimos un poco alejados utilicé un antiguo truco Jedi que me enseño la abuelita del Choco, pasé la mano por delante de su rostro y le dije,
—Tranquilo guey, ya se acabo— Pero el bato todavía con el alma llena de adrenalina balbuceaba:
—jodsuchingdamadre ¿dnd sta?
—No sé guey, pero tu tranquis, ya estuvo, saliste limpio, no traes más que el labio hinchado— Y era verdad, a pesar de que se estaban pegando duro, al cabrón solo le escurría de la boca un hilito de sangre que ya se había secado.
—Y el otro cómo quedó—Dijo bastante tranquilo.
—No sé, no lo alcancé a ver.
El bato pareció regresar en sí y se tocaba todo el cuerpo para cerciorarse que estaba completo, pero entonces se dio cuenta que le faltaba su zapato. Miré sus pies y en uno llevaba un Nike café que si bien no lucía nuevo, tampoco estaba tan madreado, en el otro solo portaba un calcetín, volteé a donde se había llevado a cabo la pelea y ya no se veía al contrincante, de hecho, no había nadie parado en ese lugar, como si la gente no quisiera acercarse. Mta, que hueva, ahora este pendejo me va a poner a buscarle su zapato, pensé y le dije:
—Pues si quieres ve a buscarlo. Ya se calmó todo el pedo.
Y el bato pareció pensarlo durante un segundo y luego dijo
—Chingue su madre.
Se quitó el otro tenis y lo arrojó con todas sus fuerzas adelante, donde se encontraba la multitud. Orgulloso de su decisión, se marchó con el pecho erguido lejos del escenario, esperando que su zapato al menos haya golpeado a alguien.
Por mi parte, yo pensé que lo que hice hubiera sido lo mismo que hubiera hecho el Hombre Araña y me sentía como una especie de héroe.


jueves, 6 de noviembre de 2008

Parque Amarillo

Pasé la mano por mi cara y sentí que la barba me raspó, mis axilas estaban rosadas y olían intensamente a humanidad, trate de peinar mi pelo y al ver mi mano un montón de cabellos en la palma, no intenté voltear al espejo, me veía de la chingada, quería estar muerto.

No había nadie.

Encendí un cigarro en el carro para armarme de valor e ir a tocar la puerta para buscarte en casa de tu mamá, no era muy tarde pero la noche ya cubría gran parte de la ciudad y mientras la radio sonaba a una estúpida canción de Queen que decía algo sobre que alguien le encontrara alguien para amar, cambié furiosamente de estación, al fondo el estadio Jalisco estaba en penumbras y al final de la calle se podía ver la puerta del parque amarillo.



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Tu mamá venía de la tienda con mandado, paso al lado del carro e hizo como que no me vio, con miedo me baje y no le quedó de otra que mirarme a los ojos. ¿Hacía cuanto que te fuiste? No lo sé, nunca intenté llamarte por teléfono, en lugar de eso me quedé a pudrirme en el sillón mientras me masturbaba recordando tu imagen. Pobre de la señora, su cara reflejaba lástima por mí y no fue necesario explicar a que había ido a su casa. Me dijo que habías llevado a mi hija a cortarse el cabello y caminé rumbo a la peluquería. Estabas afuera del local, hablabas por teléfono y colgaste en cuanto me viste a lo lejos, apuraste otra fumada del cigarrillo. Dije hola a Ariel través de la ventana y después te saludé con un beso en la mejilla, te entregué la carta que ya te había mandado por correo y que seguramente ya habías leído, porque torciste los labios como cada que haces algo que te da hueva, esperé a que terminaras de leer mientras te observaba. Te me antojaste más que nunca, quería abrazarte y besarte frenéticamente y arrimarte la verga a tu entrepierna y morder tu boca carnosas y pellizcar tus pezones por encima de la ropa, tirar de ese cabelló ensortijado hasta hacerte daño y me fijé en tu dedo anular, me di cuenta de que ya no llevabas tu añillo de boda, mis manos hacía mucho tiempo que dejaron de usarlo y sentí mucha pena.

—¿Y qué quieres que te diga?

—¿No acabas de leer la carta? Quiero que me digas lo que sientes por mí, entender por qué te perdí, quiero hablar contigo para intentar arreglar las cosas— Te quedaste abrumada.

—Bueno, vamos un rato al parque

—¿Sólo un rato?

—Sí claro. Pues qué esperabas ¿Qué fueran 3 horas? ¿Ahora sí quieres hablar?

—¿Y qué si fueran 3 horas? O 5 o 10. Esperaba que me regalaras las horas que fueran necesarias, creo que es justo, unas cuantas horas por toda una vida de libertad. Qué quieres ¿No?

Asentiste con la cabeza y caminamos hacia el parque amarillo.

Ariel se veía preciosa con su nuevo corte de cabello, y ella estaba feliz y cantaba y brincaba al caminar, yo me sentía incapaz de abrazarla y decirle cuanto la quería, tenía ganas de llorar pero no iba a dejar que mi hija me viera así; pasamos por un puesto donde vendían juguetes corrientes y Ariel me pidió que le comprara una barita mágica luminosa y me pareció excelente idea, era como si la niña supiera que necesitábamos tiempo a solas. No hiciste ningún intento por pagarla con tu dinero. Ariel me dijo:

—Papá, papá, el otro día vinimos aquí con tu amigo Billy y ¿sabes? ¡Me cayó super bien!— Y la miraste con rostro de enfado impotente.

Un halo de muerte atravesaba mi corazón, los sentimientos se combinaban en mi interior, quería gritar, quería llorar, quería cagarme en los pantalones por lo que me acaba de enterar, pero la niña me miraba con sus ojos repletos de inocencia y yo hice mi corazón de piedra.

En el parque, la estructura del monumento se caía a pedazos, se podían ver las vigas y cachos de concreto colgando, y la parte tras la puerta que utilizábamos como resbaladero cuando Ariel era una babé, estaba acordonada por una cinta de plástico amarilla de Obras Públicas.

El viento frío cascabeleaba nubes de polvo y hojas muertas de los árboles que se escondían de la vida en lo más profundo de sus duras cortezas por el otoño.

Unos niños jugaban fútbol donde antes había un jardín. En el lugar de los juegos solo había fierros retorcidos y oxidados. La luz naranja de las farolas iluminaba las bancas proyectando delgadas sombras de los árboles que habían mudado su follaje y nos sentamos. La niña se fue corriendo al brincolín dejando estelas en el aire mientras agitaba su barita mágica. Y todo era hermosamente triste.

No querías verme a los ojos. Quería pegarte, apretarte por el cuello hasta que dejaras de respirar, pero mejor te le dije:

—Tranquila, no vengo a reclamarte nada, yo ya me lo imaginaba, no pasa nada.

Y tus ojos sintieron respeto por mí.

—¿Y bien? —Preguntaste.

—Estoy solo. Yo sé que he sido un cabrón que no valgo madre, pero quiero escucharlo de tus palabras.

Te volteaste molesta y me dijiste:

—Ese ahora es mi problema, lo que haga o no haga no te importa, nunca te ha importado.

—¡Exacto, lo sé! Pero necesito que tú me lo digas, yo no quiero estar haciendo esto, necesito saberlo.

Y otra vez tu mirada que parecían tan lejana se dignó a ver mis ojos como concediéndome la razón.

—¿Quieres que te diga que no vamos a volver? OK ¡No vamos a regresar nunca! ¿Entendiste?

Te miré a los ojos, la palabra “nunca” seguía retumbando en mi cabeza hueca que actuaba sinceramente con el corazón y me sentí ridículo por preguntarte

—¿Me amas?

—No, ya no te amo— Y tu rostro no pudo evitar mostrar un dejo de satisfacción liberadora. Mi interior se colapsaba y mi corazón de piedra se resquebrajaba desangrándose, cayéndose en viscosos pedazos malolientes de cagada sanguinolenta y mi vida se escurría por una letrina.

—¿Me quieres? — Dije con toda la lástima por mí mismo que podía sentir.

—Claro. Te guardo un cariño muy especial, tú siempre serás el padre de mi hija, pero ya no te amo.

No sé como pude aguantar el llanto, miré tus ojos y tu expresión no estaba tranquila, no estabas convencida, no eras feliz.

—Dímelo por favor ¿andas con otro? —No quise ni pensar en ese nombre que me hería el alma— ya dime por favor, de todas formas me voy a enterar tarde o temprano, prefiero que seas tú quien lo digas. —Pero tu no hacías nada, te acurrucabas entre tus brazos como si tuvieras frío— Ya viste a Ariel, a fin de cuentas ella me dirá todo lo hagas, mejor dejemos las cosas claras, tengo algún tiempo sospechando que hay alguien más. —Cuando hacíamos el amor y te ponías como loca, estoy seguro que no era yo quien estaba en tus pensamientos.

Te enardeció la mirada que se clavó fijamente a mis ojos y me dijiste.

—Sí, he salido con alguien más. Alguien quien me interesa y quisiera conocer más.

—¿Desde hace cuanto?¿ Quién es él? ¿Es Billy?

— No lo conoces. Estas loco, todo paranoico, no es posible que desconfíes así de tu amigo, de tu más antiguo amigo de toda tu vida y valla que te van a hacer falta ahorita.

Te quedaste pensativa y me dijiste que en cuanto te fuiste de la casa comenzaron a salir pero era un amigo que habías conocido en internet tiempo atrás.

—He estado tentado en contratar a alguien que te siga, que intervengan tu celular, hackear tus cuentas de correo, del blog, algo que me haga saber la verdad de éste asunto. No me vengas con pendejadas, cuando hay química las cosas se dan desde el primer saludo ¿Te acuerdas de nosotros? ¡Nosotros nos enamoramos desde el primer pinche momento en que nos vimos!

Sonreíste conmigo y nos quedamos viendo a la zona arbolada del parque. Te pregunté, y ¿eres feliz? Y me dijiste que sí, entonces sentí ganas de hacerte el amor, besar tus tiernos labios mientras te penetraba lentamente. Te tomé del brazo y vi tus ojos.

—Sabes cuanto te amo ¿verdad?— Y dijiste no.

—Prométeme que serás feliz, que todo esto por lo que estamos pasando no será en vano, que saldrás del hoyo, necesito saber que estarás bien, por Ariel, te lo suplico. Pero me has lastimado en el pasado. — Y una lágrima se escurrió por tu mejilla.

Quise decirte que lo sentía, que no tenías idea de cómo lamentaba haberte hecho daño, pero no dije nada y retomé el tema de tu nuevo novio, tragué saliva.

—Y ya hablaste con la niña de esto.

—No aun no, pero ya le expliqué que tu y yo jamás volveremos a estar juntos.

¿Ya lo hicieron? Qué pendejo ¡Pues por supuesto que ya lo hicieron! Quería golpearte, violarte. ¿Tiene la verga más grande que yo? ¿Lo hace mejor? ¡¿DÓNDE SE ACOSTABAN?, ¿EH? ¡CONTESTAME MALDITA PUTA!

Todo se nubló y creo que te diste cuenta que este a punto de llorar, de quebrarme, de desaparecer, no quería que me vieras así y estuve a punto de echarme a correr, pero me quedé, porque estoy seguro de todavía sientes algo por mí, no sé que es pero lo sé.

Te levantaste y le gritaste a Ariel. Comenzaba a hacer frío, nos fuimos en silencio a la casa de tus papás. Caminabas altiva por delante de nosotros, apresurada pero sin perder la compostura, como una dama indiferente, como una puta con dignidad. Y yo te veía inalcanzable, como Dios.

Me comentaste que estabas a punto de comprarte un coche, y me pregunté de dónde habías sacado el dinero. Al llegar a la casa te volteaste y dijiste “adiós” sin mirar atrás. Mi hija se quedó en la puerta y me dio un abrazo y un beso grande… Salí huyendo de ahí, no podía soportar más la presión en el pecho, el alma misma abandonaba mi cuerpo en cada exhalación y sentía el estomago del tamaño de un limón. Como pude, encendí el carro y arranqué a toda velocidad, no sabía que hacer, así que fui al único lugar donde podría desahogarme y sentirme seguro. Los brazos de mamá. En cuanto llegué a la casa de mis padres, mi mamá abrió la puerta y me quebré en llanto hasta convertirme en un río seco de berridos y sollozos.

Quería ir con Billy a pedirle prestada su pistola.