viernes, 3 de agosto de 2007

3 de la madrugada.


Es la segunda vez que en esta noche venimos acá, a esta maldita colonia del Fresno, una de las más horribles de la ciudad. Casas viejas con colores desgastados, grisáceos, de gente pobre, que lucen manchadas por la nata de smog que flota todo el día sobre ellas.

La primera vez bastó un mensaje desde el teléfono celular para decirle al Portero que nos esperara afuera de su casa. La verdad nunca he sabido cómo se llama, es el portero de nuestro equipo de fútbol y viejo conocido de Radames, bastante malo por cierto, muchas de las goleadas que hemos recibido han sido por su culpa, seguro es porque le va a las chivas. Le daríamos los 100 pesos y nos iríamos a esnifar la porquería que vende, a alguna cantina o un bule de esos donde las que bailan son señoras con varias cesáreas encima, o bien, gatas gordas y prietas como un comal, que mueven sus suaves (eso sí) lonjas al compas de cualquier canción de Thalia o Paulina Rubio,

Y a fin de cuentas eso fue lo que pasó. Primero la cantina y una vez que nos corrieron fuimos a la zona (allá por Medrano y la Sesenta y tantos [Sesenta y nueve probablemente]) donde nos metimos a un lugar llamado Kaliman y entre viejas encueradas y pornos en las pantallas gigantes, nos chingamos una botella de tequila “Jalisquito” (¿Jalisquillo?) que sabía horrible pero ponía chido; o más bien, casi ni ponía gracias al perico que le compramos al Portero en una rápida pasada.

Pero todo se acaba, menos las ganas de meterse más cochinada y seguir pisteando. Lo bueno es que la quincena aún no lo ha hecho, pero en cuanto llegue a mi casa, Euri se encargará de ello.

Yo no sabía que el vato tiraba droga, le dije al Rada y él me comentó que todos los de el equipo sabían, ya que el cabrón se había hecho publicidad bien machín y a la primera oportunidad le gustaba presumir que según él era narco, pero en realidad vendía droga para sacar lana para pagar los pañales de su hijo.

Pero ahora el Porter no nos contestó y aquí estoy esperando como pendejo que el Rada haga el conecte. Todo nervioso y paranoico en estas calles mal alumbradas, semioscuras y con esa maldita luz amarilla del alumbrado público que ponen en todas las colonias jodidas, donde en cualquier momento te pueden asaltar.

Algunos metros adelante del carro, hay unos cholitos fumando quién sabe que, que hiede como a acetona o a hule quemado y apenas alcanzo a ver cómo le dan unas jaladotas de un denso humo blanco a un bote de cerveza. Por el retrovisor veo que al fondo de la calle, las sombrías casa se iluminan con fugaces luces rojas y azules (los colores de las pinches chivas) y mi corazón comienza a bombear el atole que por mis venas corre en lugar de sangre. Ya nos cargó la chingada. Bueno, a mí, el Rada está adentro de la casa del Porter parando la cois. Lo bueno es que no traigo bronca encima, lo malo es que la traigo toda adentro y no creo poder disimular la placota que me cargo. Entonces cierro los vidrios polarizados del coche y trato de hundirme lo más que puedo en el asiento, pero una linterna ilumina el interior del carro. Era lógico que se pararan, no se ven muchos de estos carros por aquí, en un lugar tan jodido. Ya valí verga.

Pero la luz de la linterna se vuelve hacia la esquina, donde los cholitos pegan carrera y la camioneta arranca a todo tras ellos. Desde la reja de la casa de enfrente, cruzando la calle, Radames me hace señas de que venga y me saca un pedote porque está ahí en silencio, hablándome con la mano como una pinche aparición. El rush de adrenalina no ha abandonado mi sistema y al bajar del carro mis piernas flaquean. Si todavía había algún efecto por la cocaína dentro de mí, con el susto no ha quedado nada, solo el ansia por conseguir un gramo más para acompañar la botella de Smirnoff que pendejamente dejé en el carro, porque el Portero nos invita a pasar a su casa. De perdida me hubiera traído el vaso con el desarmador que me estaba chingando. Su torso está desnudo y muestra orgulloso una prominente barriga, sus ojos pequeños y nariz chata, cabello negro ensortijado y la piel morena (Canto de pasión y arena) pinche música del bule aún no sale de mi cabeza, bueno, luce como todos los cabrones albañiles que le van a las chivas.

Pinches cabrones —dice— Se la pasan pasando toda la noche. Pero no hay pedo ¿eda mi Rada? Ya los tengo apalabrados.

No puedo distinguir bien dónde estamos, todo ésta muy oscuro. A pesar de que la última vez que miré mis ojos en el espejo para jalar un par de rayas con un billete de dos dólares que Radames utiliza exclusivamente para esos fines (super naco la neta), mis pupilas estaban tan dilatadas que el verde de mi iris había desaparecido por completo y me tripié pensando que mis ojos se habían vuelto negros porque se me había metido el diablo o algo así. Y ahora no sé cómo estén pero supongo que normales porque apenas alcanzo a reconocer los azulejos bicolores como tablero de ajedrez en el largo pasillo de esta especie de vecindad, y las casa son tan idénticas que parecen ser el reflejo de las de enfrente.

No sé cuantas viviendas pasamos y nos metemos en la única que tiene las luces encendidas. Huele como a naranjas podridas. En el diminuto interior lo primero que se nota es una televisión de plasma de sepalachingadacuantas pulgadas, después un horrible poster, un poco más chico, del Bofo Bautista cuando jugaba para las chivas. Asco, que mal gusto, la neta, digo, entiendo perfectamente que no a todos les caiga bien el gran Cuatemoc Blanco, pero la verdad yo nunca podría un poster del Jorobado de Nuestra Señora de Tepito en la sala de mi casa, además que Euri no me lo permitiría jamás, pero una tele como esa no se vería nada mal en mi sala.

Los muebles son de estilo clásico, los sillones acá, de terciopelo rojo con madera y se ve que le costaron una buena lana a este cabrón (a pesar de que son horribles) y de verdad me pregunto cómo le hizo para meter todas esas cosas aquí, en esta miserable pocilga de estilo Art Narcó (o Art Nacó, mejor dicho), jajajaja, ahora sí, literalmente, me cae.

Jajajaja, lo que pasa es que viene banda bien placa, que se ponen a quemar acá afuerita toda la noche y pues nomás andan calentando la zona— dice el Portero.

Pero tu aquí eres el mero chingón ¿Qué no? Ya llevas rato tirando y nunca te han hecho nada— dice el Rada

Pos si no creas, me cuesta mucho mantener a estos cabrones a raya.

Y yo lo que quiero es meterme unas rayas. Hay que hacer la compra y largarnos a la chingada. ¡Que péndejo! Además de no haber bajado mi desarmador, no sé si le puse seguro a la puerta del carro y ojalá que no se lo vayan a robar. De haber sabido que estos cabrones se iban a poner a cotorrear.

Miro de un lado a otro la minúscula sala-comedor-estudio-cocina-casa y al toparme la pelona jeta del Bofo me dan ganas de soltarle un putazo a alguien. No dejo de morderme los labios y marcar con el pié el ritmo de una inaudible canción de Speed Metal. Mi boca está seca.

—Eh guey ¿no quieres una cerveza? — Me pregunta el Porter y es obvia la respuesta, así que se va al fondo de la casa (es un decir) y saca un par de Soles en botella no retornable.

Apuro el trago y esta vez no intento hacer el chiste mil veces contado de ponerme a bailar como el marica de John Travolta en Pulp Fiction para después decir “Twist to open”. Y el amargo sabor de la cerveza más culera del país baja los últimos residuos de esa alcalina masa de mocos que se atora en donde la garganta se une con la nariz cuando estas periqueando.

Otro trago más para ver si el alcohol apendeja la estúpida adrenalina que hace que mi corazón no deje de latir. Ya cabrón, ya estás seguro aquí, ya no va a pasar nada y la patrulla hace tiempo que se fue, relájate. Me digo. Ni quien se acuerde de la pinche patrulla ahorita, lo que yo quiero es conseguir la coca y largarnos a la verga de aquí. Me contesto.

Pero a estos cabrones no se les ve nada de prisa, nomás les falta ponerse a ver la supertelevisión me cae.

—A ver, aguántenme— Dice el Portero checando su celular que cuelga con un clip de su short del Barcelona F.C. Para tener una tele muy chingona, su cel está bastante pinche. Sale al pasillo y se escucha que se abre un cancel. Junto al Portero entra un morro de unos 19 años, se ve fresita, con cara atractiva y un tanto femenino. Lleva unos tenis Puma de gamuza roja, pantalón de pana café que se arrastra al caminar, playera con la lengua jugosa de los Rolling Stones y una boina también de pana que usa al revés sobre una cabellera que le llega a los hombros. Su cara es bonita, su nariz estilizada, me le quedo mirando fijamente y soy consciente que lo observo y pienso si no se me estará saliendo lo joto, porque siento un leve cosquilleó en el vientre, cuando después de haber pasado horas viendo viejas encueradas bailando y sentándoseme en las piernas para que les invitara un trago (que no lo hice), mi verga no pareció dar señales de vida ni una sola vez. Paro naaaa, todo desaparece cuando el bato se da cuenta que lo miro y me saluda como compas erizos parando droga en la madrugada.

El guey se despide y el Portero lo acompaña a la salida. En la forma de matar la bacha se conoce al buen atizador.

—Guey. Ya compra la chingadera y larguémonos de aquí a la verga— Digo.

—Pues yo ya no tengo lana cabrón. Tú eres el que andaba de caliente por venir, y ahora si que tú dirás cuanto compramos. Tu boca es la medida— Dice Rada y me caga que hable así porque me suena a que hay albur en sus palabras.

Busco en la cartera y solo encuentro un billete de 100 pesos. Lo bueno es que el chivo (guacala) de Euri lo clavé en los calcetines. Lo malo es que ya no va a quedar para comprar los jugos y hielos para chingarnos la botella, total, voy a agarrar unos 100 baros, no creo que haya tanto pedo. Me la pienso para darle el billete.

Cuando el Portero regresa, por fin pregunta que cuánto vamos a querer y le doy el ciego. Pero todavía se queda cotorreando un buen rato antes de meterse al único cuarto por la mercancía.

—Guey, ¿no quieres venir con nosotros? —Pregunta el Rada —Ahí traemos una botella de Vodka esperando que le partamos la madre.

No guey, gracias. No puedo, hoy es el día bueno y apenas va llegando la banda desvelada.

Del cuarto sale un bebé de algunos 3 años de edad. Tal vez la misma edad que mi hija Ariel. Se ve mugroso, con las piernitas chorreadas y cenizas, una abultada panza lombricienta y dos ríos de mocos secos que le escurren de la nariz hasta el cuello, lleva un hinchado pañal que apesta a miados, su piel era pálida, como si estuviera enfermo o se fuera a morir.

Al niño no parece extrañarle nuestra presencia y se me queda mirando con sus ojos adormilados y lagañosos y el Portero sale de su cuarto con un par de papeletas en la mano. Rada toma una y yo la otra, el Portero agarra al niño de la mano para regresarlo a dormir a la cama que seguramente comparte con él y su esposa, y le pregunto si puedo meterme unos jalones en su casa antes de irnos.

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