miércoles, 3 de septiembre de 2008

La chica del camión (COMPLETO)





Camino rumbo a la parada del camión, no sé que pasa que parece que en esta ciudad todos manejan como imbéciles, cerca del Seven 11 de Vallarta y Chapultepec hay un oficial de tránsito que dice códigos a través de su walkie talkie, un par de gueyes fresitas están recargados sobre el cofre de la unidad, uno de ellos fuma como condenado y el otro habla nervioso en su celular, el que fuma se me queda viendo con cara de “qué me ves guey” y sigo caminando rumbo a La Paz, veo que se acerca un bato con una cámara, tal vez se haya tratado de algún atropellamiento, no veo a ningún conductor de televisión, ni ambulancia.

Llego a la parada del camión y echó un vistazo a la tienda de comics en lo que llega mi transporte, los empleados del lugar están en la acera platicando no sé qué con un cuidacarros y me siento en el machuelo; en la esquina hay otro támaro y un ajustador de seguros pero no veo ningún siniestro, como les gusta llamarles a los incidentes donde tiene que intervenir el seguro, saco de mi mochila un libro que leo sin mucho interés, pienso en la chica que vi ayer en el camión a esta misma hora y espero encontrármela hoy también, llevaba un vestido corto muy ceñido a su cuerpo, color naranja y tacones que hacían juego, no era muy guapa pero su cuerpo era lo suficientemente sensual para distraerme de mi lectura que no era muy interesante de cualquier manera, estaba lloviendo y mis tenís estaban empapados para poder atravesar los ríos en los que se habían convertido las calles, cuando se levantó de su asiento para bajarse de la unidad, el chofer fue lo suficientemente amable para bajarla a media cuadra a pesar de que no era una parada permitida, claro, con lo buena que se veía tenía que hacer algún tipo de concesión, de haber sido una sirvienta cualquiera la hubiera dejado a la mitad del caudal; no era muy guapa pero tenía un culo del tamaño del estadio Jalisco y mientras esperaba que el chofer encontrara el mejor lugar para bajarse, se le transparentó el vestido por en medio de sus piernas.

Pero hoy no hay lluvia, a pesar de los negros nubarrones que adornan el horizonte hacia el occidente, llega mi camión, es uno de esos que tienen rampa para inválidos que nunca he visto que nadie utilice ¿quién en su sano juicio usaría estos transportes en esta ciudad mal hecha? en esta pinche ciudad de cagada, el camión huele a mierda, y miro la suela de mis zapatos para ver si pisé un cerote de los indigentes que escogieron esta zona de la ciudad para vagabundear, no hay nada, echo una mirada a ver si está la morra del vestido ajustado de ayer y no hay nada, el camión está casi vacio, la misma chusma de siempre de no ser por esa chica que está sentada del lado izquierdo, por encima de la rueda trasera, pegada a la ventana que da a la calle, en el lugar donde suelo sentarme, entonces escojo un espacio atrás pero del otro lado, su piel es blanca, su cabello castaño con tintes rubios desteñidos por el viejo colorante para el cabello, lleva un pantalón strech y unos tenis de tela tipo converses pero en una especie de zapatilla para mujer, una playera gris con una leyenda que no alcancé a percibir, como cinturón tiene una mascada de ceda, no se podría decir que luce muy femenina, al menos no como la morra del vestido de ayer; no sé que obsesión tienen las mujeres por resaltar su condición, y no estoy diciendo que eso me parezca mal, al contrario, en esta ciudad se agradece ver brotes de feminidad hasta en el camión, sin embargo me refiero al prototipo que tenemos de mujer atractiva, no todas deben de vestir como putas para llamar la atención de los hombres, ella es muy femenina y hermosa aun vistiendo como un skato puberto, sus ojos voltean a verme por un segundo para después alejarse rápidamente, como si no quisieran que yo los viera, y continua saboreando la chupaleta que lleva en su boca manchada de rojo por el dulce, el olor a mierda es muy fuerte y me cercioro que la suela de mis zapatos no tengan alguna asquerosidad, no hay nada, saco mi libro y hago un esfuerzo para seguir leyendo pero es inútil, sus ojos voltean a mi lugar, su nariz es respingada y su piel blanca, blanca, hace un fascinante contraste con el abundante cabello castaño, sus ojos son negros, negro profundo como los míos, de ese color que no permite ver a través de ellos, que se ocultan a placer, que se encierran en sí mismos, como los de Ariel y volteo a mi libro lleno de palabras que no tienen ningún significado. El resto del camino me la paso intercalando mi mirada entre el libro y su perfil que se niega a verme definitivamente, miro sus senos, sus piernas, su estomago, la manera en la que juguetea con sus manos mientras chupa la paleta y no puedo hacer otra cosa, me voltea a ver en el preciso momento en el que le estoy viendo la cara, y sus ojos impenetrables me informan que se está dando cuenta de que no puedo dejar de mirarla, no está molesta ni nada de eso, solo quiere que yo sepa que ella sabe que la estoy mirando, y se me llena el cuerpo de ese pánico estúpido por comunicarme con las personas. Billy me dijo que algún día debería de hablar con alguna chica a quien no conozca, que bastaba con solo preguntarle su nombre, que bastaba con solo sostener la mirada y que eso cambiaría muchas cosas en este mundo donde nadie quiere saber de nadie más, de relaciones superficiales donde da miedo mirar a los ojos, pero me acobardo como mil veces lo he hecho antes y de la manera más torpe que me es posible regreso a leer las estúpidas líneas de un libro con el que mato el tiempo para llegar a mi casa, cuando se voltea, regreso mi mirada refugiándome en el voyeur obsesivo que soy, pienso en lo que me dijo Billy y tal vez debería preguntarle al menos su edad, pero le calculo 20 o 24 años y yo me siento demasiado viejo para ella, como si fuera un pinche rabo verde, pero no es algo sexual y tampoco soy viejo, es solo la necesidad de conocer a alguien nuevo, de gustarle a alguien más, hacer un nuevo amigo, pero no me atrevo a hacer nada hasta que ella se baja del camión en la esquina del templo de Santa Rita, corro al otro lado de la ventana al lugar donde ella estaba, mira hacia mi, menea la cabeza de un lado para otro, sus parpados se cierran lentamente y su boca pintada de dulce hace una mueca de resignación como diciendo, qué pendejo estás, estoy paralizado y estúpidamente pongo la mano en el cristal de la ventana mientras su silueta se pierde conforme avanza el camión.

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